Comiéndonos la olla

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Introducción.

No hace mucho, Uri contrastaba con una buena amiga
el paradero en el que nos encontramos como sociedad.
Aun siendo un nostálgico rematado de una sociedad que no vivió,
Uri tenía que aceptar ciertas cosas que le recordaba su amiga, y estaban
los dos de acuerdo con que el movimiento «jipi» «no fué
real» (pido que cojamos eso con pinzas, porque de lo que aquí se trata
es de demostrar precisamente lo contrario), que el movimiento «jipi»
fué una gran fantasía en tanto en cuanto era un movimiento que sólo
podían llevar adelante los hijos de una sociedad burguesa y adinerada.
Fué un movimiento, según se nos ha dicho siempre, de ilusos, de
fantasiosos, muy naïf y poco realista. Los de mi quinta (soy del babyboom
del 75) hemos subido asumiendo que era más fácil ser jipi de verdad
como lo es ser un okupa de verdad: cuando a final de mes no dejaba de caer el
dinerito que papá soltaba para que la oveja negra de la familia no se muriera
de hambre o de «pincharse porros y coger la dobledosis» (juro que lo
he oído más de una vez).

No obstante, oir esto demasiadas veces
y ver que a estas alturas nuestra sociedad ha hecho exactamente lo contrario que
se pretendía iniciar por aquel entonces, hace que uno sospeche, y piense
que todo el mundo ha aceptado ese argumento, «el de el-hijo-de-papá-podía-ser-jipi»,
como realidad absoluta para quitarse de encima el fantasma del jipismo y la utopía
que no supo desarrollar…

Y és aquí cuando a uno se le inchan las narices y decide
pensar lo que le da la puta gana de una vez, y sacar sus propias conclusiones
a partir de experiencias reales y concretas.

Entonces un servidor empieza a constatar que no todo se perdió,
que hay «pequeños oasis» y «micromundos» que han
ido más allá, porque creían que esos principios sí
eran válidos…cuando ves que esos «micro-mundos» son «muchos-pequeños-oasis»
te empiezas a preguntar si acaso estos movimientos originarios de los 60/70
y que ahora parecen manifestarse en distintas formas y aspectos, puliendo lo
que se engendró hace más de 30 años, no fueron más
allá porque simplemente no les dejaron. Con esta segunda crónica
de sus quebraderos de olla sobre el underground músico-socio-cultural
catalán de los 70 y de lo que se ha heredado de aquello, nuestro amiguete
Uri vuelve a hacerse el «corresponsal catalán de Requesound», y pretende
iniciar una serie de artículos para explicaros su visión (con
las ventajas que da observar desde fuera, pués no lo vivió más
que desde la panza de su projenitora), su visión de cómo fué
y qué hay de aquello que se originó hace más de treinta
años en aquella zona de la península.

Con la música y con
Pau Riba como eje y prisma, puesto que, según Uri, este inclasificable
personaje demuestra como nadie lo que aquí se intenta explicar cual tesis
sociológica: que lo que se inició en aquella época no fué
en vano, y que gracias a que varios de los personajes que iniciaron sus andaduras
por aquel entonces nunca han dejado de caminar, el inmenso monstruo que ha intentado
tirarlo todo marcha atràs no lo ha conseguido, por lo menos no del todo.
Y bueno, hay una cosa que seguramente los prinicpales interesados en que todo
esto no prolifere no puedan nunca llegar a comprender, que el arte, en nuestro
caso la música, sirve para algo más que para hacer bonito, que
és mucho más, entre otras cosas, un excelente medio de expresión
a través del cual, ciertos movimientos sociales llegan directamente al
corazón y a las entrañas de las personas, y eso amigos míos,
eso, nunca nadie lo puede negar, y mucho menos borrar del subconsciente colectivo.
La música, el rock en cualquiera de sus tentaculares formas siempre tendrá
ese poder, mal que le pese a alguno. A veces es mejor volver a empezar.