Gato Pérez: Gitanitos y Morenos

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“Si el cantante va cargado casi expresa lo que siente,
si va fresco canta triste y no conecta con la gente
melodías eternas encadenan la armonía
cuando el músico es sincero y toca trozos de su vida.” (“Se fuerza la máquina”, Gato Pérez)

A principios de los años ochenta, cuando la voz se transmutaba en una molesta ronquera ,cuando un mostacho desagradable oscurecía mi rostro, y empezaba a cuestionarme muchas cosas que no hubiera ni imaginado en mi infancia más ingenua y risueña, en Barcelona se venía reivindicando la rumba catalana, con pinceladas de salsa e incluso con intrusiones de pasodobles. Se reivindicaba la música popular, la música del pueblo, la música de los gitanos, desde Somorrostro hasta Mataró, esa música que unió a dos pueblos separados por un océano.

La Orquestra Platería saca el single “Pedro Navaja”, una versión del popular tema de Rubén Blades, el panameño ilustre y caballero de la salsa….la salsa, predominantemente neoyorquina, esa salsa practicada por puertorriqueños afincados en Nueva York, en Harlem, en el Bronx…..La Platería también pone en circulación un pasodoble taurino “Amparito Roca”, mientras que se ensalzan figuras como Peret o El Pescaílla, para asombro de los entonces “modernos” que, sin saberlo y sin reconocerlo, pecaban de dogmáticos, intransigentes, ejerciendo de predicadores de lo políticamente correcto (los mismos “modernos” que sobreviven hoy en día)

Este desagradable adolescente se apuntó rápidamente a la reivindicación. Y se topó con un tipo asombroso llamado Gato Pérez, verdadero catalizador de movimiento barcelonés, deudor de la rumbita y los ritmos tropicales de más allá del océano. Un tipo único, inquilino excelso de este mi cuarto oscuro más íntimo.

Sorprendentemente descubrí que el Gato no era de Barcelona, sino que era argentino, concretamente de Buenos Aires.

Un emigrante que llega a Barcelona, junto a su madre, para reunirse con el padre. Xavier Patricio Pérez, con quince años, se empapa del pueblo guapeao del Barrio de Gracia, en sus escapadas ociosas, en sus ratos de asueto, desintoxicándose del malsano ambiente del Padre Mañanet, el colegio de curas barcelonés en el que estudiaba por entonces. Después de dar el salto al Instituto, el Gato, imbuido de sonidos de colores, decide irse a Londres a buscarse la vida como otros tantos españolitos ávidos de aire fresco y de música que envalentone los corazones. Su inquietud y su dominio de la lengua hacen que acabe de mayordomo de un tal Sir John Law, un parlamentario británico. Desencantado con las pocas perspectivas musicales y profesionales de su vida en Londres, el Gato vuelve a Barcelona para matricularse en la Facultad de Físicas………La inquietud cultural del Gato es inmensa: curioseador artístico, amante de la literatura, devoto del rock y del jazz………y amante de la música que viene de la calle, de esa rumba, de ese flamenco……..

En la facultad formar un grupo de country rock se inmiscuye en devaneos de rock-jazz, canta en inglés….hasta que, en las fiestas de su querido barrio de Gracia de 1977, se topa, de manera estupefacta, con el la rumba catalana, de la que ya había absorbido efluvios constantes, durante sus incursiones urbanas por Barcelona.

Y aparece la sala Zeleste de Barcelona, en el barrio de Santa María del Mar (actual sala Razzmatazz), fundada en 1973, lugar aglutinador de la burguesía “progre” catalana, centro esencial de la cultura musical de la ciudad. Por la sala se imbricaron gentes ilustres de la literatura, perodistas y simples diletantes (mi adorado poeta Jaime Gil de Biedma, Maruja Torres, Terenci Moix, Jaume Sisa……..) y, por supuesto, de la música. Allí empezó el Gato Pérez a expresarse en clave de rumba, aderezada con ingredientes de salsa, de rock, por supuesto de jazz……….y todavía hay incautos que defienden que el mestizaje empezó con Ketama………..que se lo digan a Chano Lobato, el genial cantaor de flamenco que ya mezclaba habaneras y bulerías de Cái………….la rumba catalana es una expresión de mestizaje en sí misma….y todo eso ya lo sabía el Gato.

Barcelona se anticipa a Madrid en ebullición y mestizaje (qué palabra más fea, coño), en caudal artístico.

Y se pone manos a la obra: graba su primer álbum en 1978, “Carabruta”, con una mezcla variopinta de músicos, pero que ya expresaba muy a las claras el cauce musical por el que el Gato quería navegar. Y, por fin, llega, la que, para mi es su absoluta obra maestra: “Romesco”.

“Romesco” (toda una firme declaración de intenciones; el romesco es una SALSA, típica de Cataluña, sobre todo en zonas del litoral de la provincia de Tarragona) se publica en 1979. Con este disco me cagué en los pantalones. Todavía, al escucharlo n a actualidad, me asombra su exuberante modernidad, su llamativo cosmopolitismo y sus textos, esos textos callejeros que remontan a un neorrealismo romántico, tan inherente en la formación cultural del Gato. Rumba, rumba catalana, milongas habaneras, rock y pinceladas de jazz, aromas del trópico, tamizados por el regusto de la música de los gitanos.

“Se han abierto las ventanas para poder aspirar
un hilo de hierba fresca que llega hasta la ciudad.
Y se pueblan los balcones de una flora singular,
exóticos vegetales para la alquimia del bienestar.”

El disco recibe una acogida extraordinaria por parte de la crítica, aunque, por

entonces, Madrid cogería el relevo artístico, sobre todo el musical. Para Gato, todo son mieles: ficha con la multinacional EMI y recibe el premio al mejor disco español del año. Con EMI, publica, en 1981, su mayor éxito comercial “Atalaya”, en el que abundan canciones extraordinarias, pero en el que la multinacional impone recortes casi inadmisibles y bastante frustrantes para el Gato.

“Ebrios de soledad
los amigos de siempre
se alejan y se pierden
para volverse a encontrar,
en el mismo lugar
en sublime armonía
compartiendo emociones
en posición vertical.”

Según el propio Gato, después de sufrir un infarto en 1981, graba su siguiente álbum en EMI “bajo los efectos del agua mineral sin gas”: “Prohibido maltratar a los gatos” es, quizás, su álbum más poético, más introspectivo, alejado ya de sus noches locas y sus zambullidas en el alcohol. Homenajes al Paralelo barcelonés, a la música cubana (gracias Gato, tú me la descubriste, quince años antes de que el mundo flipara con la Buena Vista Social Club), experiencias vividas……..otro desafío del Gato, frágil pero todavía valiente y con el coraje suficiente.

“Qué inmenso ser amado
y amar a un semejante
pero el amarse a uno
también es importante.”

Hasta aquí llega mi conocimiento musical del Gato Pérez. Posteriormente grabará, también para EMI, un álbum enteramente compuesto en catalán, que supone un fracaso comercial absoluto, del que nunca se recuperó, a pesar de que, hasta su muerte en 1990, grabara la friolera de seis discos más.

Un tipo que, personalmente, me abrió puertas musicales hacia horizontes tropicales, arrabaleros, gitanos. En otro nivel, fue un completo revolucionario de la música en castellano, comparable al surrealismo de Kilo Veneno y sus secuaces de Pata Negra, los insustituibles hermanos Amador. Y siempre sucumbí a sus textos, de una pulsión poética irrepetible.

Uniéndome a su poesía arrabalera:

Quisiera ser cometa
para arrancar de cero
antes de que descubra
que todo fue un camelo.