Koko Taylor: la reina del blues

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Hete aquí que, de vuelta a la vida cotidiana, otra vez me erijo en cronista de una desaparición que, como todas las que gloso (y, últimamente de manera alarmantemente periódica, sin olvidar la reciente e hiriente desaparición de mi admirado Antonio Vega o de la de un artista limpio como mi añorado siempre Chano Lobato) es auténticamente dolorosa para mi íntima e intransferible vida musical.

Ha desaparecido de este mundo material, la proclamada reina del blues, la inigualable Koko Taylor, una voz descarnada que llegaba a las entrañas y más allá de todo aquél que la escuchara con atención delicada, además de ser una auténtica dama de escenario.

Sus orígenes, como fue habitual en los maestros del blues, fueron duros y muy humildes. Nació en el estado de Tennessee en 1928, en el suroeste de los Estados Unidos, de padres agricultores y residentes en la más auténtica miseria. Influenciada, como no podía ser de otro modo, por el gospel que escuchaba de cría en la iglesia y por la música que escuchaba en emisoras de Memphis (fundamentalmente la música que pinchaban luminarias como BB King o Rufus Thomas), la Taylor pronto comenzó a sentir la música y hacer de ella un juego, junto a sus hermanos, construyendo instrumentos rudimentarios y ejecutando actuaciones para rememorar a sus artistas favoritos.

A los 18 años se fue de casa con su futuro marido Robert “Pops” Taylor, huyendo de la miseria y de la sordidez sureña. Con 35 centavos en el bolsillo (como siempre gustaba de recordar) llegaron a Chicago, la ciudad ventosa del norte. Allí, recalaron en el Southside, zona repleta de clubs de blues en donde tuvo oportunidad de demostrar su enorme talento. Al mismo tiempo, fregaba suelos en mansiones de blancos ricachones.

A pesar de su pobreza, el talento espiritual de la Taylor y su voz irresistible la llevaron a cantar con Muddy Waters y Howlin’ Wolf, verdaderas estrellas del circuito del blues de Chicago y auténticos rivales en el escenario.

La fuerza intensa de la Taylor atrajo la atención de Willie Dixon, auténtico mago del sonido del blues de Chicago, productor, contrabajista y compositor para la Chess, la discográfica que cambió el rumbo del blues en los años cincuenta. Con Dixon, Taylor grabó su primer single “I Got What It Takes”, en 1964, junto con las guitarras de Buddy Guy y Robert Nighthawk, además de un estremecedor solo de harmónica del gran “Big” Walter Horton. Su carrera con Chess, desgraciadamente, fue corta ya que coincidió con el declive de la compañía. Sin embargo llegó a grabar dos álbumes y varios singles, con el bombazo comercial “Wang Dang Doodle” que fue, tristemente, el último éxito comercial, con millones de copias vendidas, de la legendaria discográfica.

Dixon siempre recordaba las palabras de la Taylor, en el momento de conocerse: “Puedo cantar, pero cada vez que canto para alguien, me dicen que no les gusta la parte más agresiva de mi voz”. Precisamente, eso era lo que atrajo a Dixon y a la audiencia que, fervorosamente, siguió la carrera artística de esta fiera salvaje.

Con Chess desaparecida, Taylor se pasa, de la mano de Dixon, su auténtico mentor, a su discográfica Yambo. Aunque, su aparición en el festival de Jazz y Blues de Ann Arbor, en 1972, grabada y distribuida por Atlantic, la permitió alcanzar, en su totalidad, al público blanco. En 1975 ficha por Alligator Records, la discográfica que la acogería para el resto de su prolífica vida artística.

Nunca paró de tocar y de grabar (excepto una etapa en los primeros años ochenta, en los que se alejó de la vida artística obligada por un accidente de coche). Apareció en películas (entre otras, en “Wild At Heart” de Lynch y en la bochornosa secuela de “The Blues Borthers” en el año 2000).

“El blues es mi vida. Es un sentimiento auténtico que proviene del corazón y no solamente algo que sale de mi boca. El blues es lo que amo y cantar blues es lo que siempre hago”

Dios Salve a La Reina. .