Se muere el Tío Paló

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De sobra, creo, conocéis mi pasión desbocada por la rumba catalana, una música que, afortunadamente, descubrí en mi ya tardía infancia gracias a revivalistas como la Orquestra Platería o a través de maestros sobradamente reconocidos como Peret o el Gato Pérez. La rumba catalana ha sido injustamente tratada, a excepción de varios – pocos – críticos y amantes musicales que reivindicaron su influencia alargada en géneros musicales más metíos en la cacareada modernidad.

Es una música que nace de las más vulgares raíces del pueblo guapeao, como el blues o el propio flamenco, y esa autenticidad genuina es uno de sus sellos distintivos y un atributo decisivo para azuzar mi pasión. La espontaneidad, el sentimiento genuino son marcas de la casa. Mucho antes de que se inventaran términos tan jocosamente absurdos como la «world music», los gitanitos de Barcelona ya jugueteaban con habaneras, con el merengue, con canciones venidas del otro lado del Atlántico (Cuba siempre tuvo una conexión evidente). Así pues, como en muchos otros casos, nos venden la moto de Nuevas Músicas, y ese concepto viene desarrollándose desde tiempos, no inmemoriales, pero demasiado lejanos como para que nos engañen vendiéndonos etiquetas baratas destindas al mercantilismo más soez.

Se ha muerto uno de esos callados maestros de la Rumba, un gitano chatarrero que llevaba la música en su alma. Un tipo respetado en el círculo barcelonés de la Rumba, un tipo calificado como el «James Brown de la rumba» por su fuerza explosiva y energía arrolladora. Un tipo que exprimía sus energías en la fiesta, en la diversión, como los antiguos pianistas de boogie-boogie, de honky tonk, quienes tocaban para conseguir el favor de las mujeres que se contoneaban en las fiestas interminables, después de días de duro trabajo.

La música es para divertirse, para gozarla, para bailarla, para que te suba un poderoso reflujo de vitalidad desde las entrañas y el espíritu renazca como un jovenzuelo despierta a los placeres de la vida

Y os reproduzo el obituario que h publicado hoy EL PAÍS, pues, quizás, no se podría expresar mejor lo que este hombre significó para ese género profundamente ignorado, despreciado (la ignorancia es la madre del atrevimiento)

«No era difícil verle en Barcelona paseando por Gràcia, tan chupado como elegante y siempre con un cigarrillo en la mano. No soltaba el pitillo ni para cantar. Ni en el ascensor, cuando visitaba a una de sus dos hijas en la calle de Astúries. Fritos tenía a los vecinos con el dichoso olor a tabaco. Era el Tio Palò. El del traje, el pelo engominado bajo el sombrero y ese catalán que suena tan bonito cuando tiene acento caló. Murió mientras dormía la noche del miércoles al jueves 8 de octubre. Un infarto.

Tenía 73 años, una cifra minúscula al lado de la de juergas que se había corrido. «No me tengo por un fenómeno. Soy un gitano normal pero, cuando hay una juerga, me parto el alma». Lo había dicho muchas veces. Pero vaya si era un fenómeno. Cuando se casó una de sus hijas estuvo 14 horas cantando y bailando. Tremendo. Un ciclón. Moviendo hasta el último músculo, y con esa cara de pillo.

Había que verlo. Los jóvenes rumberos le llamaban «el James Brown de la rumba catalana».

Ramon Valentí había nacido en la calle de la Cera, pero se casó con una gitana de Gràcia y se trasladó al Raspall, la plaza que pisaron otros grandes como Gato Pérez o El Pescaílla. «Ha sido un elemento aglutinador para los gitanos, fueran de Gràcia, del Raval, Mataró, Tarragona o Lleida. El onclo Palò era mucho Palò», decía el pasado viernes con un hilo de voz Sicus Carbonell, de Sabor de Gràcia. De Sicus fue la idea, hace cinco años, de juntar a veteranos rumberos, sacar un disco y llevárselos de gira por toda Europa. Los Patriarcas de la Rumba: Tio Palò -tenía pánico a volar- y los tios Rafaelet, Joanet, Pepe y Toni.

La mayoría no han sido rumberos profesionales y, si lo fueron, como Tio Toni, palmero de Peret, ya estaban retirados. Pero ¿y qué que no fueran profesionales? El mismo Palò se había dedicado a la chatarra y a la venta ambulante. Pero la rumba, esa alegría que se baila, no entiende de oficios. Los discos, grabaciones y bolos lo atestiguan. «Patriarcas les ha dado vida. Han subido a escenarios y han dado palmas, coros y ventilador por media Europa. Han dejado algo para quienes les han disfrutado y para sus familias», se emocionaba Sicus antes del entierro, en Can Tunis.

La herida es grande en la nunca suficientemente reconocida rumba catalana. Hasta que cicatrice, el cuerpo no estará para bailar. Cuando vuelvan las ganas, le darán un homenaje de los grandes. Al Tio Palò, el rumbero mejó. Seguro.»