Chuck Berry o la personificacion del Rock and Roll: Impresiones personales sobre el rey

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Chuck-Berry

«Chuck Berry is one of the all-time great poets, a rock poet you could call him. He was well advanced of his time lyric-wise. In the Fifties, when people were virtually singing about nothing, Chuck Berry was writing social-comment songs, with incredible meter to the lyrics. We all owe a lot to him.» – John Lennon, 1970

El pasado 18 de marzo, se cerró – con permiso de supervivientes ilustres como el Asesino, quien todavía anda suelto, y la excelsa reina del rock and roll, Little Richard – de un portazo inesperado una época en la música popular tal y como la hemos conocido hasta ahora; Charles Edward Anderson Berry, desapareció de este mundo material a la edad de noventa años. Ríos de tinta se han vertido sobre las excelencias de este ilustre músico e intérprete, una de las influencias más decisivas y determinantes en la música desarrollada en la segunda mitad del siglo veinte.

Sorprendentemente, como suele ocurrir en estos casos, opiniones hay de sobra, basadas en lugares comunes manoseados por periodistas que se autocalifican de “especializados”; en definitiva y, en resumen, todos alaban el virtuosismo de Berry como escritor de letras – tal y como Lennon proclamaba en la declaración que encabeza estas páginas – , aún a pesar de que las letras de Berry exigen un conocimiento bastante profundo del idioma original en el que están escritas: de un plumazo, los críticos y músicos españoles conocen en profundidad la lengua de Shakespeare y alaban la expresividad de un “poeta” sublime…..tal y como hicieron cuando Dylan se aupó al limbo de los premios Nobel.

Como muchos otros de mi generación, descubrí a Chuck Berry a través de sus discípulos más aventajados, transformadores, a su vez, de la música que aconteció en generaciones sucesivas: The Beatles y, de manera más evidente, The Rolling Stones fueron fervientes admiradores del músico de Saint Louis – estos últimos debutaron con un single “Come On”, versión del tema homónimo de Chuck Berry -; pero no solamente ellos: todas las bandas amateur británicas que deseaban dar un salto cualitativo al mundo profesional, ensayaban con canciones de Berry, como repertorio institucionalizado y canónico.

Cuando compré mi primer disco de Chuck Berry – recuerdo que, por aquella época, reeditaron todos sus primeros discos en Chess records – el  “Rockin’ at the Hops”, de 1959, el desconocimiento era generalizado, incluso comprar un disco de Berry no entraba en los ridículos cánones de la modernidad: tachado de retrógrado, ese primer disco provocó mi fascinación más fervorosa. A partir de entonces, comprendí que el auténtico rey del rock and roll fue y seguirá siendo Chuck Berry: simplemente escribía canciones como nadie había hecho hasta entonces, y el sonido de su guitarra no se parecía a ninguna otra conocida. Además, me permitió entrever luminosos senderos que conducían al blues. En ese disco, tocaban Willie Dixon (genial contrabajista y referente compositor de blues) y, en algunos temas Matt “Guitar” Murphy, eminente músico de blues y guitarrista en álbumes publicados por James Cotton o Etta James: ello me condujo a vericuetos gozosos que me acompañan desde entonces.

No siendo tan brillante como los críticos y músicos deslumbrados por el manejo del lenguaje de Berry, en aquel momento no podía apreciar las sutilezas lingüísticas que, más tarde, pude atisbar. Luego, compraba casi todo lo que había publicado: recuerdo una caja en vinilo de Chess Records, con todas sus grabaciones en la compañía de Chicago, que todavía conservo. Tuve la oportunidad de disfrutar de su incendiario directo en el Festival de jazz de San Sebastián, en julio de 1990, con un programa doble: junto a él, el gran BB King desplegó su figura oronda y su Lucille en todo su esplendor.

Chuck Berry supo reconvertirse a lo largo de su carrera: encarcelado tres veces por motivos diversos, tuvo la capacidad de renacer, primero en 1964 con su álbum “Saint Louis to Liverpool” – un guiño a sus alumnos, los Fab Four – y luego en 1969, con su explosiva actuación en el festival de Toronto, lo que le congració con las nuevas generaciones de melenudos, que descubrieron su sabiduría y mordacidad y su potencia interpretativa. Berry, por esa época, solía tocar con bandas locales, algunas inexpertas, seguramente para satisfacción de su megalomanía acusada: él se erigía en el director de orquesta, sino en la orquesta misma.

Mención especial y controvertida merece el pianista Johnnie Johnson, indispensable pieza de las composiciones de Berry – de hecho, Berry debutó como guitarrista en el grupo de Johnson -. Su genialidad como intérprete y su colaboración compositiva con el de Saint Louis – siempre fue ignorado en los créditos compositivos – forma parte indisoluble de las grandes obras de Berry y siempre ha sido injustamente olvidado o ninguneado. Keith Richards lo recuperó, primero para el film que promovió en honor de BerryHail! Hail! Rock and Roll!”de Taylor Hackford y, después, para su disco en solitario “Talk is Cheap”.

Después de saturarnos con elogios a poetas musicales del idioma ingles (también el mejor poeta fue Leonard Cohen, según extensos obituarios publicados en prensa, una vez que se conoció su fallecimiento), Chuck Berry, en mi humilde y personalísima opinión, fue un innovador en el sinuoso arte de escribir canciones, un intérprete genial, un auténtico hombre orquesta en su expresión escénica y, probablemente, la mayor influencia que el rock ha podido asimilar hasta nuestros días.

Sin lugar a dudas, se ha ido el auténtico rey del rock and roll, sin permiso del gran asimilador, Elvis Presley, el rey postizo.[vc_video link=»https://www.youtube.com/watch?v=1U_hRhImaBU&feature=youtu.be» align=»center»]