¡Ferpectamente!

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¿En qué consiste un Desencuentro? Esta era la pregunta que, repetidamente todos los años, me hacía al leer en mi querido Requesound las opiniones, las sensaciones y las emociones de la gente de ese insigne foro. Lamentablemente, y desde 2003, fecha en la que ingresé por la puerta de atrás en la familia requesoundera nunca pude contestar a la tan inquietante cuestión por razones completamente ajenas a mi voluntad. Esta señora (la voluntad, quiero decir) siempre quiso ir a investigar la solución a la susodicha pregunta.

Pero suele suceder en la vida que a muchas preguntas las encuentras una respuesta y que la señora voluntad cumple sus designios. Este año, esas razones ajenas desaparecieron y, además, el desencuentro se programaba en Bilbao (mi segunda casa) por lo que mi cuestión de corte ya marcadamente existencia iba a ser desvelada.

Y hete aquí la respuesta: Gente variopinta, proveniente de todos los vetustos rincones del suelo ibérico, unidos por el genuino amor al rock and roll, comparten, departen, tocan, se desgañitan, abren el corazón.

Pero aún diría más, como proclamaban los hilarantes Hernández y Fernández:

Después de unas pocas horas (quizá debería decir incluso minutos) de recalar con la gente, entre vapores de cerveza, hubo una conexión de carácter instantáneo: gente a la que no conocía absolutamente de ná fueron mostrándose con una calidez inusual, con una cercanía completamente desconcertante. Sin darme cuenta, ya estaba cantando coplillas junto al puñao de entusiastas que agarraron las guitarras, entre morcilla y morcilla.

Y resulta que cuentan con un programa más que explosivo. Los desencuentros suelen contar con la presencia de grupos de algún renombre entre gente de buen gusto. Y este año, el gusto rozó casi lo sublime: asistimos a un concierto de Los Marañones, complementados con un caballero de Bilbao, Bosco El Tosco y su Puta Banda.

Casi encaramado al escenario, con el corazón escapándoseme por la boca, bailando hasta casi caer desvanecido por fin pude asistir al conciertazo de cuatro tíos completamente impecables, ejecutando, simplemente y sin caer en exageraciones ni en bajas pasiones que puedan traicionar la objetividad, el mejor rock and roll en castellano que se pueda escuchar ahora mismo (siempre, claro, con el permiso de San Rosendo).

Y hete aquí, que, además de ser lo más granao que este que suscribe ha escuchao en castellano, resulta que son cuatro tipos acojonantes: Junto a la gente enemiga, estos tíos, después de regalarnos un conciertazo de ná menos que dos horas, nos acompañaron de taberna en taberna, demostrando su generosidad, su proximidad y su bonhomía. Todo mi respeto, amistad y gratitud a estos tíos. Larga vida a Los Marañones, leñe.

Y qué decir de eso que llaman Jam, de ese derroche de musicalidad, de pasión y de entusiasmo que te produce un shock del que tardaré al menos un año en desterrar de mi mente. Hasta la próxima, claro. Poder compartir escenario con esos músicos entregaos, con mucha clase y con esos vocalistas pasionales ha sido un auténtico lujo al alcance de unos pocos. Con la guinda espectacular del Juliaco, que nos proporcionó más felicidad, aún si cabe.

Y solamente concluir, agotado por el cansancio acumulado, que he ganado unos amigos extraordinarios, gente sin prejuicios, gente con unas almas insondables, gente de verdad, directa al corazón, sin tapujos.

En contra de muchos agoreros desalmados que proclamaban, y proclaman, que el rock and roll ha muerto, yo grito que es imposible certificar la defunción del rock, y menos del roll, con personas con el corazón tan abierto. Porque sigue vivo gracias a las personas que han hecho posible que haya pasao unos momentos inolvidables, unos momentos que solamente pueden pasar a segundo plano, una vez que concluya el próximo desencuentro.

Ya estamos activando la cuenta atrás para poder veros de nuevo en Córdoba. Difícil lo tenéis, la entrega, la sonrisa de Wito son inolvidables. Pero estoy seguro que Córdoba también se me meterá en las entrañas.

Y me uno al gran Juliaco, para gritar: ¡Por eso os quiero! Y levanto mi copa para entonar, lleno de felicidad: ¡Ferpectamente!