George Harrison: Living in the material world

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Todos los lunes, Diego Manrique escribe un artículo en un periódico nacional, breve pero con enjundia casi siempre, sobre diversas temáticas, todas ellas relacionadas con la música. Hoy, claro, habla sobre los documentales del rock, con motivo del estreno en contadas salas comerciales, el pasado viernes, del último documental de Scorsese sobre la figura de George Harrison, “Living In The Material World”.

Critica la falta de mirada independiente y alternativa de Scorsese acerca de la figura de Harrison. Achaca una mirada “unidimensional” del personaje, sin profundizar en aristas incómodas acerca de la figura en cuestión (la misma crítica la aplica a “No Direction Home”, su otro espléndido documental sobre la primera mitad de la vida artística de Bob Dylan).

Casualmente, este fin de semana he podido disfrutar del documental, en el salón de mi casa. Prometí que hablaríamos de ello. Y así lo voy a hacer.

Ante todo, es un documental sobre una figura humana. Y no sobre su música (que está, obviamente presente, pero únicamente como trasfondo de los aconteceres vitales). Y, en este punto, estoy de acuerdo con Manrique: en la segunda parte del documental, aparecen demasiadas veces la viuda de George y su hijo Dhani, obviamente describiendo aspectos positivos y laudatorios del personaje. En general, las opiniones vertidas en la película son para ensalzar las cualidades humanas de Harrison.

Sin embargo, la forma de narrar la aventura humana de George Harrison es brillante: la forma cinematográfica de condensar en más de tres horas una vida que puede dar para más de un documental es artísticamente impecable.

Fuera del carácter amable del documental sobre la figura en cuestión, es de agradecer que exista, al menos, un testimonio decente, sobre la figura de un tipo extremadamente interesante.

Circunstancialmente, George Harrison fue miembro de The Beatles, esa hidra de cuatro cabezas que revolucionó, no solamente la música popular, sino el negocio musical. Desde su adolescencia como Teddy Boy en Liverpool, pasó más de veinte años como guitarrista del grupo (son aquí reveladoras, las jugosas declaraciones de Klaus Voormann y Astrid Kirchnerr, amigos de los fabulosos durante su etapa en Hamburgo, cuando George contaba únicamente con 17 años). Particularmente conmovedoras son las cartas que George escribía a sus padres, describiendo, de manera ingenua y a la vez desde un sorprendente distanciamiento, la vorágine malsana de la Beatlemania, las interminables giras y la vida extenuante de un chico de poco más de veinte años.

Reveladoras son, también, las declaraciones de Eric Clapton sobre este período: Clapton narra su primer encuentro con George, después de un concierto de The Beatles en el Hammersmith Odeon de Londres. Describe al grupo como un “monstruo de cuatro cabezas” y, aunque reconoce la alta calidad musical del grupo, se lamenta de que, en los conciertos de The Beatles, acudieran, como mayoría de la audiencia, chicas “de doce años”… Clapton envidiaba el estatus de Harrison en aquella época, siendo Mano lenta integrante de los Yardbirds. Y, después del concierto congeniaron, ante lo que Clapton declara ser una atracción entre dos almas solitarias, dos “outsiders”….

Respecto a su época en solitario, aparte de las declaraciones de un decrépito Phil Spector (productor del monumental “All Things Must Pass” y del “Concert For Bangladesh”), curiosas por su carácter ególatra y por la visión que de George tiene como perfeccionista de su trabajo (y eso lo dice un maníaco de la perfección) y de impresionantes imágenes de George grabando “LiVing In The material World” en el estudio de grabación de su mansión en Friar’s Park, poco aporta: pasa por alto la colaboración de George en la gira de Delaney and Bonnie junto a Eric Clapton (en la que aparecía acreditado como L’angelo Misterioso); también omite su colaboración en “Layla and Other Assorted Love Songs” la espectacular obra de Derek and The Dominos. En general no se aborda el trabajo musical de George, después de su etapa en The Beatles (excepto su extraordinaria etapa con los Traveling Wilburys: Dylan, Roy Orbison, Tom Petty y Jeff Lynne).

Particularmente atractivas, son las imágenes de la gira norteamericana de noviembre y diciembre de 1974, en la que George se embarcó con una banda de auténtico lujo, comandada por Billy Preston, quien insufló un aire funky y particularmente “negro” al repertorio de Harrison. Este estaba inmerso, además, en una conflictiva etapa de su vida, tras la ruptura de su matrimonio con Pattie Boyd. Y, aunque no lo mencione el documental, enganchado a la cocaína y con la voz destrozada.

No es un documental sobre su música, es un documental sobre su figura como ser humano: Se aborda insistentemente su espiritualismo hindú, siempre asociado a Ravi Shankar, el gran intérprete de sitar, quien fue el verdadero instigador de la tracción obsesiva de George por el Hare Krishna y la filosofía hindú. Es curioso comprobar cómo Shankar influenció para relanzar la carrera pop de George: “Ravi siempre insistía en buscar el origen de cada ser humano: mi origen se remonta a mis paseos en bicicleta por Liverpool, con “Heartbreak Hotel” sonando como música de fondo”.

Particularmente interesantes son las declaraciones de Ringo, quien, casi al final de la película y advirtiendo que George poseía dos caras “Black and White”, resalta una anécdota de Harrison en el lecho de muerte. Ringo le cuenta que tiene que volar a Estados Unidos para atender a su hija que sufre de un tumor cerebral. Y George le espeta, con un hilo de voz que presagia ya lo inminente “¿Quieres que vaya contigo?”. Entonces, Ringo llora recordándolo, aunque retorna a su loable humor característico.

Un testimonio valioso, quizás unidimensional, sí, pero ya era hora que una figura de este calibre fuera justamente reivindicada. Aunque solo sea por eso y por el impecable montaje de la película, merece extraordinariamente la pena