Kings Of Leon miman Europa

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Portada del disco

De izquierda a derecha: Jared, Caleb, Mathew y Nathan

En uno de sus impresionantes directos.

Cada vez es menos frecuente ver buenos segundos discos. La mayoría de bandas son flor de un día por mucho que las grandes compañías nos vendan que, a pesar de estar evidentemente marchitas, siguen con la misma frescura que antes. Estaría muy feo nombrar en esta larga lista a grupos como The Strokes (‘Room On Fire’ no tiene nada que hacer contra el espléndido ‘Is This It’) o Muse (por muy bien que esté ‘Origin Of Symetry’ es incomparable a su debut con ‘Showbiz’), así que no lo vamos a hacer. Pero señores, el rock está de moda y, para bien o para mal, eso ha permitido a muchas bandas sacar disco cuando hace unos años cualquiera lo hubiéramos dado por impensable.

Hoy nos toca hablar del último disco de The Kings Of Leon. Una banda norteamericana que, al estilo más Jackson Five, está formada por los hermanos Followill: Caleb, Nathan y Jared, y su primo Mathew. Con su primer larga duración ‘Youth & Young Manhood’ (RCA -2003) hicieron sonar, entre otras canciones, ‘Red Morning Light’ y ‘Molly´s Chambers’ y aunque su disco cuajó (sobre todo en UK, quizá arrastrado en la vorágine rock del momento), no convenció. El rock sureño que trabajaban no era fácil de vender fuera del ambiente puramente garage. Además pretendían mucho más de lo que hacían. Era un disco en cierta manera previsible y para muchos no fue más que una seducción momentánea seguida de una horrible decepción al ver que el disco no tenía más de dos escuchas.

Ahora publican en Europa su ‘Aha Shake Heartbreak’ (RCA – 2004) (USA al parecer tendrá que esperar a Febrero del año próximo), con el que rompen con la maldición del segundo disco. Es sorprendente ver como, sin dejar de hacer lo mismo, han conseguido grabar trece nuevas canciones que se escuchan de otra manera. Han cogido lo mejor que les quedaba de su primer disco y lo han sabido empapar de influencias más rock y no tan sureñas (a The Strokes les hubiera encantado haber compuesto ‘Velvet Snow’ o ‘Slow Night, So Long’). En algunos momentos más desgarrados podrían, salvando las distancias, recordarnos a bandas como At the Drive-in (si les añades melodía y les quitas adrenalina te sale ‘King of the Rodeo’). Pero no todo es frenesí, el disco está lleno de matices, la voz de Caleb igualmente se retuerce en un rincón (en temas como ‘Milk’ o ‘Days of Blue’) que se desgarra en cada estribillo (en ‘Pistol Of Fire’ parece que le arde la garganta). El disco tiene pocos arreglos ajenos a la banda (quizá el único sea el final de ‘Rememo’), saben desenvolverse perfectamente con una producción natural como no podría ser de otra manera para una ocasión así, en la que los ritmos de las canciones se valen por sí solos. Las guitarras encuentran su sitio en pequeños detalles que se van descubriendo según vamos escuchando el disco. De hecho, esto ocurre con el disco entero, no sólo con las guitarras: el acento cerrado de la voz, la contundente base rítmica y las subidas y bajadas de intensidad hacen que el disco se pueda escuchar poco a poco.