Requiem por la abadia

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Definitivamente, los tiempos están cambiando. O, quizás, seamos nosotros (uno mismo, en este caso) quienes avanzamos en el más completo desamparo hacia los abismos aterradores de la senectud. Sea como fuere, una época se ha esfumado. Una época y un período en la historia de la música se ha desvanecido lentamente y sin darnos cuenta.

El cierre de los estudios Abbey Road de Londres es todo un síntoma de lo que viene aconteciendo silenciosamente desde hace muchos años ya, es decir, la persistente desaparición de las viejas técnicas de grabación y, con ellas, de los viejos estudios.
Los estudios de la EMI en Abbey Road, en el barrio de St John’s Wood en el norte de Londres, han sido clausurados, aunque serán mantenidos y protegidos mediante un decreto del gobierno británico, que los han convertido poco menos que en monumento nacional. Mal asunto. Cuando te conviertes en una atracción museística es que has muerto para siempre.
Y así ha sucedido. La grabación de un álbum puede ser, ahora, prácticamente, un asunto de Juan Palomo, si se quiere. Es decir, yo me lo guiso y yo me lo como. Las nuevas y carroñeras tecnologías permiten filigranas que ni siquiera podían haberse pensado apenas quince años atrás. Y permiten que cualquier grupo de barrio (con posibles, eso sí) que tenga acceso a artefactos inasumibles por quien escribe pueda grabar algo decente. Eso sí, la labor de productores e ingenieros de sonido sigue intacta. Pero ya no se graba como antes.
Mi admiradísimo Frank Sinatra grabó sus mejores discos (ésos que poblaron la segunda mitad de los cincuenta) con más de treinta personas en el estudio, incluyendo una sección de viento y cuerdas, y dos taquígrafos para levantar acta (y no es una coletilla literaria, lo juro). Y qué decir del ególatra Phil Spector, quien reunía, en los estudios Gold Star de Los Angeles, a veinte músicos arrejuntados a duras penas en el pequeño espacio del estudio.
Por no hablar ya de la frescura genuina obtenida en las grabaciones de los añejos discos de jazz y blues: el indispensable álbum “Blues From the Gutter” del pianista “Champion” Jack Dupree se grabó de un tirón, por poner solamente un ejemplo. Y sin tomas alternativas ni zarandajas por el estilo. O los discos de soul, grabados en antiguos cines (los estudios Stax de Memphis) o en antiguos almacenes de tabaco (los estudios Muscle Shoals en Alabama), con todos los músicos presentes.
Por supuesto, los fabulosos chicos de Liverpool grabaron su primer disco en 14 horas extenuantes, con Lennon desgañitándose en el último tema, con su voz ya ronca. “Twist and Shout”.
Parece que los tiempos en los que los artistas buscaban premeditadamente el sonido particular emanado de estudios con solera llegan a su fin: los Stones grabaron temas de su “Sticky Fingers” precisamente en Muscle Shoals (cuna de gigantes del soul como Arthur Alexander, o la propia Aretha), Paul Simon también quiso grabar allí o Rod Stewart, cuando todavía era un tipo decente.
Pero todavía quedan adalides de las tomas únicas: Ben Harper (quien grabó su disco “Lifeline” prácticamente en directo), Levon Helm o Bob Dylan, entre otros. Y recordemos que por este suelo patrio, nuestro Josele Santiago también apuesta por lo directamente expresado y transmitido regalándonos el espectáculo de ver a Nacho Mastretta dirigiendo la orquesta durante la grabación de ese clásico llamado “Las Golondrinas etcétera”. Sin olvidar al maestro Novoa quien grabó su único disco de la misma manera. Y el blues, y el jazz todavía se expresan de la misma forma.
Grabar con la banda en el estudio, expresar la intensidad humana de varias personas compartiendo emociones. Confiar en la acústica especial de un estudio determinado, en las posibilidades encerradas entre cuatro paredes.
Abbey Road seguirá allí cuando vuelva a Londres. Pero ya no podré sentir la emoción de pensar en que, quizás, alguien esté grabando tras sus puertas. Como Radiohead, que eligió grabar allí por la acústica legendaria del estudio 1. Y como muchos otros más, claro.
Prefiero pensar que la música siga encontrando los cauces de expresión que surgen directamente del alma colectiva de un grupo de músicos que buscan y aprecian un particular sonido dentro de unos muros sudorosos de un lugar determinado.