Confieso que mi actitud hacia la música se va ensombreciendo un tanto. Serán problemas de la edad, de una sensibilidad ya atrofiada por la cantidad apabullante de nuevas bandas que, lo confieso también, me dejan el alma congelada. La música se ha convertido en un océano embravecido en el que es arduo intentar pescar talentos que puedan despertar las emociones más doradas que, inevitablemente, quedan dormidas en un letargo a veces exasperante
Es difícil, sí, poder discernir en la marea monstruosa del mercantilismo musical. Siempre ha sido así, cierto, pero insisto: a menudo que uno va haciéndose mayor, el escepticismo suele aumentar de intensidad y el entusiasmo ingenuo con que se acoge lo novedoso y promocionado como excelso va disminuyendo progresivamente.
La promiscuidad en la búsqueda musical ya no me acompaña……si bien, uno tiende a sumergirse en el pasado, no para revivir obras imperecederas, que también, sino para deleitarse con descubrimientos gloriosos de músicos y bandas que nos pasaron desapercibidos en su momento y que renacen proclamando su vigencia más descarada frente a música novedosa que envejece el mismo día de su publicación para desvanecerse en la sima de lo prescindible.
Existe una excepción milagrosa y tiene por nombre Los Marañones. Una auténtica banda encerrada en si misma, sin atender a cantos de sirena y con un concepto musical radicalmente personal y acaban de publicar una nueva obra titulada “Tipos Raros”.
La excepcionalidad de la banda radica precisamente en su rareza: siguen publicando discos después más de veinte años, sin modificar sus pautas, su manera de elaborar. Lo que sorprende es su música y sus canciones, es decir, lo esencial, lo importante, lo auténticamente revelador. Y en eso también son tipos raros.
Su última obra es esencialmente melódica, la melodía arrebatadora desde la primera canción: melodías que transmiten emoción, canciones que transmiten verdad, una verdad musical que transita por territorios cercanos a compositores de los gloriosos musicales de los años veinte norteamericanos. Pero no se quedan ahí, también elaboran retazos que no abandonan el rock and roll, pero, como decía Josele Santiago, se aplican con una intensidad máxima al roll, que no al rock.
La autoría de las canciones esconde la rara inspiración de otro tipo raro, el quinto marañón que contiene el don esplendoroso de aportar un cancionero exquisito: Ricardo Perpén, a pesar de mantenerse en la sombra, merece aquí una justa reivindicación. Una reivindicación de su maestría en el dificilísimo arte de hacer canciones, un auténtico animal musical por su manera instintiva en buscar y encontrar un puente perfecto en canciones que siempre se rompen en quiebros refrescantes que son todo un canto a la (y perdonen la insistencia, pardiez) melodía.
Y Los Marañones oficiales:
Miguel Bañón, productor del disco y coautor de las canciones, guitarrista emocionante y cantante cada vez más intenso. Locomotora rítmica: Román García (también aporta su sabiduría a unas cuantas coplas) al bajo y Pedrín Sánchez a la batería. Carlos Campoy o el imprescindible con mayúsculas para redondear una instrumentación difícilmente superable.
De lo que se trata aquí es de una autoafirmación de una personalidad honesta y decidida a reivindicarse permanentemente. De lo que aquí se trata es de pasárselo bien, de entregar canciones con entraña y emoción, de entregar una música verdadera absolutamente inclasificable. De lo que aquí tratamos, en definitiva, es del último disco de los Marañones.