Salpicados por la magia

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6 de Julio de 2003, Madrid. Patio conde duque

No serían aún las nueve de la noche del histórico domingo cuando los dos jovenzuelos de rigor, extasiados, encaminamos rumbo a conde duque optando por la vía del paseo eufórico a pie como bien exigía la situación, disfrutando de una conversación paranoica empapada de predicciones y del recorrido que nos acercaría a uno de los momentos mágicos de nuestra corta vida. No faltaron las clásicas divagaciones pre-concierto, a saber… ¿se quedarán cojos sin Levin y Bruford? ¿no decepcionarán tras el florecimiento de tantas ilusiones? ¿La “abuela” abandonará rebotada debido a los malos humos y /o flashes?, etc. A las nueve y veinte escasas nos plantamos delante del cuartel con una notable primera impresión, varias «generaciones» fusionadas para degustar un evento que se advertía esperanzador, los lógicos cincuentones se codeaban con treintañeros y cuarentones dejando lugar a los más jóvenes del espectáculo, no seríamos mayoría pero bien nos dejábamos oír . Tras una detallada inspección del escenario, babeo incluido, y la localización de algún que otro conocido nos acomodamos en las butacas asignadas para recibir con una sentida ovación al maestro Robert Fripp que iniciaba así su preliminar soundscapes emulando con su envidiada guitarra (¿Les Paul?, ¿Martínez?) los ambientes del que en otro tiempo fuera cómplice Brian Eno. Fue en este momento cuando su carrera de modelo se mostró dramáticamente amenazada a causa de ciertos disparos fotográficos que lanzó un personaje en toda regla, dio el coñazo al máximo de su capacidad a lo largo del concierto, con nulo disimulo berreó el nombre del guitarrista con la ingenua intención de que le dedicará una de sus extinguidas sonrisas, total primera cámara confiscada de la noche tras señalar hasta la saciedad la absoluta prohibición de las mismas así como de grabadoras, lo de fumar es otra historia querido Robert. Al paso de un tiempo, digamos diez minutos, Fripp quedó relegado al desentendimiento de los asistentes que ignorábamos su presencia en el escenario como si tal cosa hasta que desapareció del mismo endosándose un cúmulo de aplausos fruto más que por el instrumental de media hora que había entregado, por el ansia común precedente a la inminente salida de la banda, no inyectó muermo pero resultó algo espeso como inicio del espectáculo. No se hicieron esperar y hacia las diez más bien pasadas Trey Gunn (musculoso, sin las melenas del doble trío, con total blancura y su stick ya preparado), Pat Mastelotto (cogiendo posiciones tras su batería mitad clásica mitad electrónica, con gafas y perilla típica), Adrian Belew (dueño y señor del escenario con sus deliciosos rasgados que dejó al descubierto delatadoras canas) y Robert Fripp (tan sombrío como se esperaba, sin el disfraz de abuela que lució en pasadas giras y una actitud de dios desterrado no menos lamentable) levantaron a un público que se rindió desde “The power to believe pt.1” que al igual que en su último trabajo, The Power to believe, encendió el delirio con reminiscencias al “Peace a theme” de In The Wake Of Poseidon. No se llegó al minuto de la primera jugada cuando la feroz “Level Five” reventó, literal, en la cara de los presentes coincidiendo con el oportuno comentario “pues les falta algo de fuerza” lanzado por mi acompañante teniendo que engullir tal lindeza. Pat Mastelotto nos dejó perplejos desde la entrada con su contundencia a las baquetas y la movilidad que ofrecía a esta maravilla de reciente publicación, con lo que acribilló las dudas que le dirigía antes del estallido y confirmó el envidiable sonido que se gastaba Conde duque. Sin tiempo para recoger el aliento y calmar el pulso se arrancaron con “Prozack blues” perteneciente a su desacertadísimo The construcktion of light. Sin embargo frente al horror que supone la versión de estudio, en vivo desgarra los estómagos del personal, más r